sábado, 3 de marzo de 2007

LA DIGNIDAD DE TARA

Hace unos meses una de mis hijas fue con su novio a la perrera y se encandilaron de los ojos verdes de Mora. Cuando tuvieron que irse al Mediterráneo siguiendo el rastro del trabajo me la dejaron “por unos días”, hasta hoy que aún sigue conmigo, y seguirá…
Cuando un día de mucho viento unas puertas de madera cedieron, quedó en libertad y con ella su compañera Tara, una Alaska Malamute de 5 años de la que puedo decir que no es mi mascota, ni mi perra, sino más bien mi mejor amiga. Sus genes tienen miles de años de libertad por vastos parajes naturales. El Monte Naranco para ella es su pequeño barrio, lo conoce tanto como lo respeta. Durante horas la busqué. En lo alto del pueblo, al lado de la capilla el viento me traía débilmente su aullido, pero fui incapaz de localizarla. Cuando bajé a buscarla se la habían llevado a la perrera. Yo no lo sabía, seguí buscando hasta bien entrada la madrugada. Al día siguiente, lo primero que hice fue llamar a la perrera, y hubo suerte; la habían retenido en Radio Vetusta y avisaron para que se la llevaran, porque en el parque de Pura Tomás están prohibidos los perros. Cuando fui a buscarla a La Bolgachina, llamé al timbre y entré e aquel espacio que no me recordó a nada porque jamás había visto nada igual. He leído sobre los campos de concentración nazis, quizás sea lo que más se parecía a aquello, pero en versión animal. Cuando llegué ante la “jaula” donde totalmente hacinados estaban un montón de perros sin espacio para echarse, llenos de porquería, Tara no podía mirarme. Su dignidad había sido aplastada (es la característica más importante de esta raza, su enorme dignidad). Salió desconcertada, sin saber qué hacer ni dónde ir. Llevaba una “pipeta” conmigo que le apliqué apenas salimos. No podía parar, estaba muy nerviosa. Jamás la había visto así. Con una toalla la quité de encima un poquito de la porquería que cubría su precioso pelaje. Apenas abrí el portón de mi coche ya estaba dentro. En el trayecto no paró de llorar, me lo iba contando todo, y por sus gemidos comprendí que pasó una noche infernal. Aún perdura en mis tímpanos y en los de ella, el alarido de cientos de criaturas desesperadas cuando salíamos del recinto, esperando que alguien fuese a rescatarlas de aquella inmundicia.
Yo, como me gusta ser positivo, pienso que la actuación de la perrera es BUENA, PORQUE EJERCEN UNA TERAPIA DE CHOQUE PARA QUE LOS PERROS Y LAS PERRAS NO SE ESCAPEN DE SU CASA.
Ahora comprendo por qué Mora no se fue, y ahora también comprendo por qué Tara, cuando abro la puerta de su pequeño espacio natural cerrado no sale, y ya no se separa de mí en los paseos por el monte. No tengo que intimidarla con el hombre del saco. Ella no quiere volver a la furgoneta por nada del mundo. Yo invitaría a todos los dueños de mascotas que visiten la perrera de Oviedo. POR PEQUEÑITO QUE TENGAN SU CORAZÓN JAMÁS ABANDONARÍAN SU MASCOTA EN LAS INMEDIACIONES DE ESTA MUY NOBLE, LEAL Y VETUSTA CIUDAD.