miércoles, 18 de mayo de 2011

Crónica de una noche en que se alinearon el sol y la luna

La luna llena brilla en el techo de una plaza donde descansa el sol, sentadito en un sofá.
Es el único asiento de la plaza, lo acaban de traer unos jóvenes de alguna parte, y muchos cartones que se van colocando en el suelo y pegando unos con otros con cinta de precintar. El sol no está solo, un puño amenazante lo acompaña, el puño que tantos han levantado contra la tiranía, ahora está de nuevo en acción.
No es casualidad. La historia se repite siempre con los mismos protagonistas, pero con diferentes nombres.
Un hombre de ojitos rasgados y pelo muy moreno ajeno a los ideales ejerce para lo que fué adiestrado: vender... latas de cerveza. Hay que sacar dinero de donde sea, y seguir trabajando sin parar... ni siquiera esta noche. Ellos ya son irrecuperables.
Me mezclo entre la gente, casi todos jóvenes, llenos de información y ahora de valentía.
Se sienten seguros, son muchos y además las veinte furgonetas de la policía nacional y local que tienen a sus espaldas les dan mucha más "seguridad".
De repente un coche de bomberos atraviesa la plaza con la sirena puesta. Lo primero que se me ocurrió, es que van a utilizar mangueras para dispersar, pero se alejó por una calle anexa y se oyó un murmullo colectivo en forma de suspiro. Luego me enteré que los bomberos que también se manifiestan se encuentran muy cerca pero no quieren mezclar sus reivindicaciones con las de los ciudadanos de la Puerta del Sol.
He oído que nos llaman antisistema. Yo esta noche viajé en autobús cinco horas para llegar a Madrid. A las 6,30 cogí el cercanías como todas las semanas, y en Delicias desayuné en el bar de la estación. A las siete de la mañana ya estaba en mi mesa trabajando. Mi jornada de trabajo acabó a las 21,00 horas, y sólo descansé una hora para comer el menú del día con un compañero en una terraza de Ferrocarril. Trece horas de trabajo con un agotamiento mental que no me impidió tomar un sandwich con una cerveza en la barra del bar de al lado y coger el metro a Sol. ¿Se puede deducir que soy un "antisistema" después de analizar un día de mi vida? Pues apenas me llega para aguantar a duras penas, porque yo, como muchos ciudadanos y ciudadanas de este país trabajamos lo que haga falta para que muchos que padecen la enfermedad incurable del oportunismo se aprovechen cada día de la especulación y puedan vivir de lujo sin dar golpe.
Qué más quisieran ellos que los que estábamos en Sol fuésemos violentos antisistema. Mezclan a alguno de sus esbirrios sin uniforme para provocar violencia y la consiguen. Me contaban cómo el día anterior varios policías se tiraban encima de ciudadanos desarmados que quedaban estupefactos ante tan bestial represesión pidiendo ayuda a... ¿las fuerzas del orden?
Eso es lo que más les preocupa, que en la plaza, como en otras de Barcelona,.... hay gente de paz,
muy preparada, muy equilibrada, pero también muy harta.
Me encuentro con la gente del PDI (Partido de Internet). Ellos sí estuvieron en la presentación de Asturix People, hace un mes. Rai y yo nos abrazamos. Estamos ciertamente conmovidos. Sabemos que estamos viviendo momentos inolvidables, momentos que marcan un nuevo camino. Un impulso tan auténtico como necesario. Hoy precisamente que es el Día de Internet, nuestro vehículo, nuestra luz que permite estar todos juntos aunque no nos podamos tocar. Ya lo decía Rasmus Lerdord: "El futuro está escrito en líneas de código".
El arma que intentan quitarnos pero que no pueden porque cuarenta millones de personas en el mundo se encargan de que cada día sea más fuerte y más libre.
Si una muy "apreciada" ministra que todos sabemos se encontrase en el epicentro de esta plaza, el epicentro de nuestro gran país, diría "os prefiero así, analógicos", ¿o tal vez ahora prefiera vernos de forma digital, a través de las imágenes que le llegan de las fotos de sus compañeras más progresistas?
Rai entrega unos barquillos a los compañeros y compañeras que le rodean. Están contentos, satisfechos,
porque han entregado todas las octavillas y no se creen lo que está pasando. Un señor de traje y corbata
ya muy maduro les pide una octavilla más. Rai se había guardado dos de recuerdo pero saca una y se la alarga.
Nos vamos hacia el centro de la plaza. Se está preparando la noche. Hay que acampar. Plásticos enormes hacen de toldos.
Cartones, hacen falta muchos más cartones. Esta noche hasta los indigentes pueden ser generosos y entregar alguno de los suyos.
La policía atenta apostada en sus vehículos antidisturbios parece como un borrón sobre un cuadro de Sorolla.
La noche va a ser larga, una noche de luna llena y un sol que marca el amanecer de una generación que todos creíamos perdida.

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